Kokichi Tsuburaya (Mayo 13, 1940 – Sukagawa, Japón, aún hoy se disputa una maratón en su memoria–)
Era un excelente fondista q se había preparado, para honrar a su país en los Juegos de casa. Japón estaba entonces cicatrizando de las heridas q había dejado la II Guerra Mundial y estos juegos eran una oportunidad para demostrar al mundo q no sólo eran capaces d organizar el mayor evento deportivo conocido sino que también tenía atletas tan capaces; cumplir estas expectativas era una cuestión de orgullo, honor, y dignidad. Los nipones no obtenían una medalla en atletismo desde Amsterdam'1928 y Kokichi estaba decidido a romper esa maldición. El favorito era el etíope Abebe Bikila, q había pasado a la posteridad 4 años antes en Roma, imponiéndose descalzo en los 42,195 kms. Pese a que sólo 40 días antes le habían practicado una apendicetomía, Bikila venció con holgura. Cuando casi 4 min más tarde entró el siguiente competidor, un tremendo rugido escapó de las 75000 gargantas q abarrotaban el estadio olímpico de la capital japonesa: se trataba de Kokichi; la ilusión duró poco: en la recta final, reventado, le alcanzó y sobrepasó el británico Basil Heatley, arrebatándole la plata. Aquel histórico bronce llenó de orgullo al pueblo nipón y de vergüenza a Kokichi. Por la noche confesó a su compañero de habitación, Kenji Kimihara: “He cometido un error imperdonable ante todo el país, me he confiado demasiado y sólo obtendré el perdón si gano el oro en México'68 y entro en el estadio ondeando la bandera japonesa”. Las autoridades japonesas le confeccionaron un plan d entrenamiento personalizado d 4 años q le obligó a dejar de ver a su novia durante todo aquel tiempo. Todo funcionó según lo previsto hasta 1967, cuando 2 lesiones le enviaron a un largo período de restablecimiento. Cuando, tras más de 2 meses ingresado, dejó el hospital, pronto se dio cuenta de q no era el mismo, que le fallaban las fuerzas. Se derrumbó. El 9 de enero de 1968, al abrir la puerta de su habitación, le encontraron muerto. Se había seccionado la arteria carótida con una cuchilla y en la mano tenía agarrada su famosa medalla de bronce. Había dejado una escueta nota: “No puedo correr más”. Sólo tenía 27 años. Esta es una historia real, cada uno podrá interpretarla y sacar lo mejor de ella... a nosotros nos dejo sin palabras. GUTS México
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Enero 2021
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